Todos hemos escuchado hablar de “relaciones tóxicas”, una manera bastante común de referirnos a esas relaciones dañinas que suelen extenderse en el tiempo, a pesar de sus efectos nocivos en las partes implicadas, aunque en realidad, cuando en psicología nos referimos a este tipo de relaciones perjudiciales nos referimos a ellas como relaciones disfuncionales.

¿Qué diferencia una relación sana o funcional de una relación disfuncional?

Para entender en qué consiste una relación disfuncional, primero debemos comprender cuáles son sus diferencias con una relación sana o funcional.

Las relaciones sanas

Básicamente, en una relación funcional, las personas implicadas se encuentran en un entorno emocionalmente seguro y tienen respeto por la privacidad de su propio espacio y del espacio de la otra persona.

Las personas implicadas en una relación sana se sienten capaces de satisfacer las necesidades del otro estando en equilibrio la confirmación mejor “su autoafirmación” que confirmación y la diferenciación, es decir, entre aquellas cosas en las que se está de acuerdo, sin perder de vista aquello que no le gusta o en lo que siente y piensa diferente. Esto es, las relaciones sanas se basan en el respeto, la responsabilidad, la asertividad y la resiliencia. Se aceptan tanto los desafíos, como las decepciones, sin perder el compromiso con la relación, hay apoyo mutuo, cuidado y aceptación de la individualidad y las metas personales. También hay una escucha activa, respetando los puntos de vista de la otra parte aunque sean opuestos. Las relaciones funcionales permiten a las personas crecer y cambiar y se basan en el compromiso desde la confianza, la libertad y valoración recíprocas.

Las relaciones disfuncionales

Las relaciones pueden ser disfuncionales por diferentes motivos, pero con independencia de ello, hay algunos factores básicos que transforman una relación en poco saludable. En general y, al contrario de lo que ocurre en una relación sana, las relaciones tóxicas, generan un entorno de inseguridad e inestabilidad emocional para las partes implicadas.  Este tipo de relaciones no son resilientes, es decir, toleran mal los cambios, tampoco suele darse el respeto, ya sea en relación a la privacidad o a las opiniones o deseos personales.

Es frecuente que aparezcan celos, sentimiento de posesión, tendencia al rencor, en la parte dominante y de sentimientos de culpa o culpabilizaciones en la parte sumisa. Por regla general este tipo de relaciones no se basan en la cooperación, sino en la dicotomía: perdedor-ganador o dominación-sumisión. Es frecuente que aparezcan celos, sentimiento de posesión, tendencia al rencor, en la parte dominante y de sentimientos de  culpa y rabia en la parte sumisa y la capacidad de comunicarse asertivamente se ve gravemente limitada. A grandes rasgos son relaciones “enfermas” en las que, el apego, no es sano y cuyos mecanismos de funcionamiento están dañados y basados en el poder, el chantaje, la agresividad u otros comportamientos disfuncionales.

mecanismos disfuncionalesOrigen de los mecanismos disfuncionales

Los mecanismos disfuncionales pueden aparecer en cualquier tipo de relación: ya sean estas relaciones familiares, de carácter romántico o sexual, relaciones amistosas o laborales.

De hecho, la familia y la manera de vincularse dentro de la misma, suele ser un factor determinante a la hora de establecer lazos sanos en el resto de ámbitos de la vida. Si crecemos en un ambiente familiar seguro, en el que sentimos el cuidado de nuestros padres al tiempo que se respeta nuestra individualidad y nuestras emociones, es mucho más probable que, en la etapa adulta, reproduzcamos ese modelo de conducta en nuestras relaciones amorosas, amistosas o de trabajo, ofreciendo seguridad y estabilidad, aceptando la privacidad y las diferencias de los demás y cuidando al tiempo de nuestros propios intereses, sin necesitar imponerlos mediante agresividad o chantaje.

Por otra parte, si hemos crecido en un entorno familiar en el que no nos hemos sentido seguros o protegidos, en el que existía maltrato o personas pasivo agresivas, en el que se nos han exigido responsabilidades excesivas o se nos ha sobreprotegido mermando nuestra seguridad personal, o se han obviado nuestras emociones, en el que la comunicación no ha sido asertiva y en el que hemos comprobado que, mediante la violencia o el silencio, es posible manipular a los demás, es altamente probable que reproduzcamos dichos comportamientos en nuestra vida adulta.

Y es que, uno de los elementos más comunes a la hora de que, una relación disfuncional se prolongue en el tiempo es la dependencia emocional y esta dependencia emocional tiene su origen en las experiencias de nuestro crecimiento y desarrollo como personas.

tipo de relación tóxicaTipos de relaciones tóxicas

En realidad, no hay un esquema cerrado a la hora de hablar de relaciones tóxicas, de hecho, incluso en las relaciones saludables, pueden existir momentos en los que se activen determinados mecanismos poco funcionales, el verdadero problema surge cuando estos comportamientos se interiorizan y se convierten en la base de la vinculación entre las partes implicadas en la relación. Pero, podemos ejemplificar algunos de estos mecanismos y, entre los más comunes se encuentran:

Relaciones de poder

El poder es uno de los indicadores más claros de la existencia de una relación disfuncional. Mientras que una relación sana se basa en la cooperación y se distribuyen de manera justa las responsabilidades, siendo un sistema dinámico y flexible en el que, los miembros se interrelacionan tratando de satisfacer sus necesidades propias y la del resto de personas y en caso de conflicto o crisis, complementarse y apoyarse para buscar soluciones, en las relaciones disfuncionales, aparece la posición de ganador o perdedor, de ostentación del poder o de sumisión al mismo.

No importa que estemos hablando de una relación de pareja, o una relación paterno- filial, o amistosa o laboral, si no existe colaboración y lo único evidente es la competencia entre los miembros, los mecanismos disfuncionales se pondrán en marcha.

Relaciones basadas en la manipulación o el chantaje

En este tipo de relaciones, una de las partes emplea el miedo o la debilidad de la otra parte en algún aspecto, para obtener un beneficio y desequilibrar la balanza. En muchas ocasiones aparece la culpa, el temor al abandono o a una reacción desagradable que, a fin de ser evitada, modifica la conducta de uno de los miembros de la relación, a pesar de contrariar sus propios deseos, emociones o capacidades.

Generalmente, la parte dominante mantiene una fuerte tendencia a ejercer chantaje emocional, la falta de claridad en su proceder mantiene a la otra parte en una gran incertidumbre, minando por completo los pilares de una relación saludable, basada en el respeto a la individualidad y en la colaboración y puesta en común de puntos de vista diferentes y libremente elegidos, para buscar soluciones comunes.

Relaciones basadas en el miedo

Tal vez el miedo sea la forma más disfuncional de relacionarnos. Pero, tristemente, los datos de maltrato y violencia en todo tipo de relación (pareja, familia, etc.) nos muestran que la agresividad y la violencia, ya sea física o psicológica, están a la orden del día. Ya se trate de miedo propiciado por amenazas, por temor a represalias o, directamente motivado por la violencia directa (verbal, psicológica o física) las relaciones fundamentadas en el miedo son completamente disfuncionales. En este tipo de relaciones son frecuentes los abusos, los celos, las agresiones, la manipulación y la mentira. Mientras que, una relación sana nos hace sentir seguros y, aun dentro de las incertidumbres de la vida, nos ofrece un espacio de tranquilidad y estabilidad.

Relaciones en las que la falta de respeto se normaliza

Muy cercanas a las relaciones tóxicas basadas en el miedo, se encuentran esas relaciones en las que, la falta de respeto se vuelve una constante. Tanto si consentimos sistemáticamente que nos falten el respeto, como si nos consentimos traspasar determinados límites con los demás, la relación comenzará a hacer aguas.

Relaciones con una base en la idealización

Tan peligroso resultan el chantaje o la agresión, como el idealizar a las personas o la relación en sí. Las expectativas pueden jugar una mala pasada y transformar una relación en algo muy dañino cuando estas se sitúan por encima de la realidad. Para que una relación sea saludable, los implicados en la misma, deben aceptar las limitaciones de la otra parte o sus defectos, sin que esto implique una desvalorización de la persona o de la relación. Se trata de construir y apoyarse y complementarse y de sentir que, la relación, es una oportunidad de crecimiento y cambio. La idealización, por el contrario, siempre nos conducirá a la decepción, al reproche, a la culpa y a establecer un vínculo frágil que, con el tiempo, puede dañarnos y dañar al otro.

Relaciones basadas en el control

Es un hecho muy frecuente, cuando una de las partes intenta controlar a la otra, por el medio que sea. Desde formas sutiles a maneras explícitas de control, esta estrategia resulta profundamente disfuncional. Los celos, la invasión de la privacidad ajena, las artimañas de la naturaleza que sean para conseguir que el otro actúe conforme a nuestras expectativas. Una relación sana se fundamenta en algo bien distinto: en la libertad de elección, en la lealtad, en la confianza y en aceptar que, la otra persona, es un ser independiente, con deseos y pensamientos propios.

La instrumentalización de la relación

Un mecanismo muy toxico es la instrumentalización de cualquier tipo de relación, es decir, la búsqueda a través de la misma de intereses propios, sin importar los medios para conseguirlos. En este tipo de relaciones, las personas y sus emociones o deseos, pierden todo el valor, en favor de los intereses personales de la otra parte. Son frecuentes las mentiras, la falta de empatía, la manipulación o el abuso de poder, en general, cualquier cosa que posibilite la verdadera finalidad de ese vínculo.

Relaciones basadas en el conflicto

Este tipo de relaciones podría ser un compendio de todas las demás, pero lo cierto es que algunas personas solo saben funcionar en un ambiente inestable y de continua discordia o enfrentamiento. Aunque, a priori pueda parecer un tanto descabellada la idea de suponer a alguien el disfrute en mitad de los problemas y desencuentros, no es tan extraño encontrarnos con este tipo de situaciones en las que, el conflicto, se transforma en motor de una relación. Pareciera como si, únicamente en esas circunstancias, pudiéramos sentirnos seguros y, la calma y la estabilidad, nos provocaran temores o aburrimiento. Pero, una relación sana, a pesar de enfrentarse por momentos a periodos de intranquilidad o problemas, tiende a la estabilidad y a la empatía. Y, sin duda, la base de todo se ubica en la capacidad de diálogo.

relación sanaCómo evitar caer en una relación insana

Ser sinceros y permitirnos la autocrítica honesta con nosotros mismos

Cuando escuchamos a alguien decir que tiene problemas de pareja con convencimiento, o problemas en el trabajo con su jefe, podemos pensar que es verdad, pero si ahondamos un poco, en algunos casos puede ser que se tenga un problema de base consigo mismo.

Si imaginamos a alguien que gestiona de forma correcta sus emociones, que se comporta conforme a sus valores y que no tiene miedo o necesidad de controlar a los demás, alguien que se enfoca en sus metas, en resumidas cuentas: que respeta a los demás y a sí mismo y realmente se valora a sí misma. ¿Podemos imaginar a esta persona manteniendo en el tiempo una relación insana? ¿Podemos pensar que esta persona iniciaría una relación que no se fundamentara en la atención y el desarrollo recíprocos?  Pues bien, el primer paso para no caer en una relación toxica es ser capaces de ver con objetividad nuestras limitaciones y, al mismo tiempo, ser capaces de valorarnos en nuestras fortalezas y convicciones. Sin honestidad en este sentido seremos incapaces de detectar comportamientos nocivos, no solo en los demás, sino también en nosotros mismos.

Todos tenemos debilidades y se puede luchar contra ellas, pero es un ejercicio constante de responsabilidad. Y esa responsabilidad comienza por hacernos cargo de nosotros mismos para poder después, relacionarnos de forma saludable con los demás.

Asertividad: la base de cualquier relación saludable.

Somos seres comunicativos. Nos relacionamos con los demás a través del lenguaje, tanto verbal, como gestual. En este sentido la comunicación asertiva se convierte en la base de cualquier relación saludable.

Cuando somos asertivos no necesitamos herir o minusvalorar a los demás para hacer valer nuestros argumentos, no pasamos por encima de nuestras convicciones, ni necesitamos de la manipulación o la agresividad para comunicarnos. Somos directos y honestos y empleamos el lenguaje de manera clara y sincera, sin ánimos de controlar o de que nuestro poder prevalezca y sin aceptar imposiciones o estrategias de control o chantaje, porque aceptamos que pueden existir puntos de vista distintos y porque tratamos de encontrar soluciones posibles a esta circunstancia, desde el respeto a los demás y a nosotros mismos.

Respeto y abandono de la necesidad de control

Respeto a los límites personales de los demás y a los nuestros propios. Respeto en nuestra manera de comunicarnos y de proceder.

Nos guste o no, en la vida no podemos tener certeza de casi nada. No somos capaces de controlar los acontecimientos, ni las reacciones de los demás, lo único que podemos hacer es trabajar y esforzarnos por crecer y aprender de las circunstancias que se nos van presentando.

La confianza es necesaria en cualquier relación saludable. Una confianza fundamentada en el respeto y consideración recíprocas. Y, cuando eso no ocurre, debemos reunir fuerzas para conseguir la capacidad de hacernos responsables y alejarnos de relaciones dañinas.

Realismo

Ser realistas puede jugar a nuestro favor a la hora de establecer vínculos sanos. No idealizar las relaciones ni a las personas, no perder la perspectiva ni minimizar sus defectos o engrandecerlos. Todos somos seres imperfectos, todos cometemos errores y todos somos capaces de mejorar, pero para eso hace falta voluntad y realismo.

No llevamos siempre la razón y ser realistas, nos hará afrontar esto con humildad, pero tampoco estamos siempre equivocados, por lo que no debemos dejarnos pisotear o dejar que nos impongan ideas y comportamientos que atentan contra nuestra libertad y nuestra integridad emocional o psicológica.

En resumen, para evitar caer en relaciones toxicas debemos estar dispuestos a cuidar de los demás, a ser generosos, a confiar, a respetar y a aceptar y valorar sus diferencias, al tiempo que cuidamos de nuestras ideas, nuestras emociones y nuestros deseos y propia aceptación. Debemos estar dispuestos a aceptar el cambio y el conflicto de forma constructiva. A crecer. A mejorar. A poner límites sanos. En nosotros está la capacidad de detectar comportamientos poco saludables en cualquier ámbito de nuestra vida: con nuestra pareja, con nuestros hijos, con nuestros padres o hermanos, en nuestro trabajo o con nuestras amistades y ponerles remedio a tiempo.

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